Educar debe significar sacar lo que hay adentro, no simplemente inundar la cabeza con conocimientos repetitivos que llenen una “caja vacía”, simplemente para medir con una prueba si la información fue memorizada. La educación debe motivar, emocionar, impulsar, evocar, proponer que el educando use lo que adquiere para construir nuevas cosas.
¿Para qué educamos?
Educamos para acompañar a los alumnos en el proceso de convertirse en personas autónomas, que desarrollen un proyecto de vida propio, además de impulsarlos en la construcción de una sociedad más justa y solidaria. A esto debemos añadir que a los alumnos se les debe impulsar a crear, cambiar paradigmas, mejorar cosas, innovar, disrumpir, emprender.
Es ilógico en este siglo pretender que la educación después de estar casi 20 años en el aula (desde el kínder hasta la universidad), sea únicamente para aspirar a ocupar un cargo en una multinacional (para lo cual hemos estado formando hace años en nuestro país), y que a lo largo del tiempo te “aseguren” una jubilación; una jubilación que seguramente no existirá para los jóvenes que hoy están estudiando, pues, por lo menos en los países en vías de desarrollo, no habrá como pagarla.
La educación del siglo XXI debe impulsar a arriesgar, a fallar, a intentar, a construir, a soñar con cosas diferentes. Un médico debería repensar el estetoscopio para que sea más cómodo y preciso; un arquitecto debería soñar y construir una vivienda con plástico sacado del mar; un odontólogo debería soñar y hacer realidad una -pieza de mano- sin ese sonido que genera pavor en los pacientes; un niño debería soñar con una máquina que exprima las nubes para resolver el problema de la sequía mundial; un adolescente debería intentar crear una red social que evite el acoso pero que sea “cool” y divertida; una enfermera debería crear una nueva sonda urinaria que no duela al ser retirada del paciente masculino… todos, todos los seres humanos tenemos que ser educados para transformar y no para almacenar conocimiento. Si bien el conocimiento que recibimos se convierte en la base de lo nuevo, lo importante es que ese conocimiento previo sea enseñado para evocar y llegar a lo demás, a lo que vendrá; y no como un fin último. La memoria NO puede ser el fin último de la educación. Es una completa pena y un tremendo fracaso formar a nuestros alumnos así.
Desde hace 20 años hemos estado trabajando con niños, adolescentes y adultos en Global Education, una institución de la cual hacen parte el Colegio Nuevos Horizontes Global School, Global High School y Global University, y desde hace 3 años, nuestra querida Escuela Secundaria No. 42 Virginia Woolf (adoptada con mucho cariño); donde nos hemos enfocado en desarrollar el pensamiento crítico y analítico como la base de la innovación, la disrupción y el emprendimiento, y los resultados han sido espectaculares. Niños con una mentalidad diferente, sin miedo al fracaso, recursivos, creativos, innovadores y emprendedores. Niños que han entendido que el fracaso es el camino para lograr metas, esas que al principio parecen complejas, pero que luego son vistas como parte normal del proceso.
En estos años hemos desarrollado un sinnúmero de innovaciones, de empresas, de desarrollos que nos han llevado a ganar dos premios Estatales a la Juventud en emprendimiento, uno de ellos por parte de Jorge Rangel, y recientemente el otro por Carolina Arroyo. Logros han sido bastantes, pero al final lo más importante de todo es que hemos impactado en la construcción de un mindset diferente, uno que sienta las bases de un adulto exitoso capaz de enfrentar con éxito las vicisitudes y complejidades del momento en que vivimos.
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